Cada 15 de mayo, la República de Annobón se llena de música, bailes y ofrendas para celebrar el Día Nacional de la Banana, una festividad profundamente arraigada en el calendario cultural de la isla. Sin embargo, detrás de la algarabía y los trajes tradicionales, se esconde una verdad silenciada: esta celebración no nació de la abundancia, sino de la desesperación.
La verdadera historia: de la hambruna a la resistencia
Lo que el régimen de Teodoro Obiang Nguema Mbasogo intenta maquillar como una fiesta folclórica con «actividades culturales» y «agradecimiento por la cosecha» —según la versión oficial promovida con fuerza desde 2014 para encubrir su responsabilidad histórica— en realidad tiene sus raíces en uno de los episodios más trágicos de la historia reciente de Annobón: la hambruna provocada por el vertido de residuos tóxicos y nucleares en la isla, autorizados por el régimen en complicidad con empresas europeas.
Durante los años más duros, la tierra quedó calcinada, el mar se volvió improductivo y los cultivos desaparecieron. Los efectos radiactivos alteraron por completo el ecosistema: murieron peces, ballenas y cetáceos; el suelo se agrietó, la temperatura aumentó y una plaga sin precedentes arrasó lo que quedaba de agricultura local. El Bitxibanku, un hongo devastador, se expandió sin control, convirtiendo la tierra fértil en un páramo. A ello se sumó la invasión de ratas, consecuencia directa del exterminio de gatos salvajes, cazados y consumidos por los militares y presos enviados a la isla por el régimen. La eliminación de estos depredadores naturales rompió el equilibrio ecológico y permitió que las ratas se multiplicaran sin freno, devorando cultivos, alimentos almacenados y hasta las esperanzas del pueblo. La combinación de contaminación tóxica, abandono institucional y desequilibrio biológico convirtió a Annobón en un infierno aislado. En medio de esa devastación, solo la banana logró resistir, convirtiéndose en salvación y símbolo.
El símbolo de una resistencia
Hoy, la banana no es solo una fruta ni un elemento cultural, sino el símbolo de la resistencia, la dignidad y la memoria histórica del pueblo annobonés. El régimen la celebra como un emblema de «unidad nacional», cuando en realidad es la prueba viviente del abandono estatal y la fuerza del pueblo ante la adversidad.
La Fiesta de la Banana no es un éxito del régimen de ocupación, sino una victoria del pueblo. Es la memoria viva de que Annobón supo resistir al exterminio silencioso disfrazado de política exterior. Celebrar la banana es también denunciar las prácticas criminales de un régimen que negoció con la vida de su gente.
Por eso, cada 15 de mayo debe ser también un día de memoria, de denuncia y de reafirmación soberana, para que nunca más la historia sea contada desde la mentira oficial, y para que la banana siga siendo, no un ornamento de cartón mojado por la propaganda, sino el fruto real de una resistencia viva.