A través de una feroz campaña en redes sociales y en un intento desesperado por controlar la narrativa, el régimen de Guinea Ecuatorial ha tratado de desdecirse de sus propias acciones, negando la evidente censura impuesta al servicio de internet satelital Starlink, propiedad de Elon Musk.
A pesar de sus esfuerzos por minimizar el impacto de la orden ministerial que prohíbe el uso no autorizado de este servicio en el país, la realidad es innegable: el régimen de Teodoro Obiang Nguema Mbasogo está intentando cortar cualquier forma de comunicación no controlada en su territorio.
El pasado 2 de agosto, el ministro de Transportes, Correos y Nuevas Tecnologías de Información, Honorato Evita Oma, firmó la orden ministerial 1/2024, la cual exige a Starlink suspender el acceso a su servicio en Guinea Ecuatorial. Esta medida, claramente dirigida a silenciar a la población de la República de Annobón, se inscribe en un contexto de creciente represión en la isla, donde más de treinta manifestantes han sido detenidos bajo cargos de rebelión y sedición, acusados sin pruebas por el vicepresidente Teodorín Nguema Obiang Mangue.

La respuesta del gobierno a las críticas no se hizo esperar. A través de las redes sociales, intentaron desacreditar las informaciones que señalaban la censura de Starlink en Annobón, calificándolas como «propaganda barata» y asegurando que no existen fundamentos técnicos o legales para sancionar a la empresa de Musk. Sin embargo, el desmentido no ha hecho más que evidenciar la falta de coherencia del régimen, que parece estar luchando sin herramientas contra una realidad que lo supera.
El régimen dictatorial de Obiang, conocido por su mano de hierro en el control de las telecomunicaciones, se enfrenta ahora a un enemigo formidable: la tecnología de Starlink, que permite a los ciudadanos de zonas rurales y remotas acceder a internet sin necesidad de infraestructuras locales. Ante la posibilidad de que los habitantes de Annobón usen esta tecnología para comunicarse con el exterior, el régimen ha intentado regular el servicio, aunque ahora lo niegue.
La confusión creada por el propio gobierno solo pone en evidencia su incapacidad para manejar una situación que se les escapa de las manos: la voluntad de un pueblo expuesto a la miseria que se decidió a proclamar su independencia. Mientras tanto, la comunidad internacional observa con preocupación las continuas violaciones a la libertad de expresión y la represión ejercida sobre los ciudadanos de la República de Annobón y Guinea Ecuatorial.
La torpe respuesta del régimen, intentando minimizar un conflicto que ya ha captado la atención global, refleja el miedo de Obiang y su séquito a perder el control sobre las comunicaciones. Pero, en un mundo cada vez más interconectado, el régimen se encuentra en una batalla perdida de antemano. La tecnología avanza, y con ella, la esperanza de los pueblos oprimidos de hacerse escuchar.
Con cada paso en falso, el gobierno de Guinea Ecuatorial no hace más que confirmar lo que ya todos saben: que la censura, la represión y el miedo son las únicas herramientas que les quedan para intentar mantenerse en el poder. Pero la realidad es más fuerte, y ni las órdenes ministeriales ni los desmentidos a destiempo podrán cambiarla.